A tempranas horas de la tarde de ayer en Caracas cayó un diluvio. Al salir de mi fisioterapia del hombro en San Bernardino me sorprendieron las primeras gotas. Esperé un rato dentro del carro en el estacionamiento pero en un momento en el que el agua parecía perder fuerza, me eché a la calle. Tomé la vía hacia el cerro y subiendo me dí cuenta de mi error porque el agua bajaba por la montaña a grandes caudales. Subí rezando, sorteando los charcos más profundos. Del miedo por no poder ver mientras manejaba, me ví obligada a quedarme estacionada bajo la lluvia en la Cota Mil por más de una hora. Me detuve en el hombrillo de la intersección con la Florida. La sorpresa fué que no me desesperé sino que estuve tranquila, pensando, observando los carros más temerarios que yo, tomando fotos, respirando. Sentí un momento de soledad agradable bajo los truenos y las centellas. Había salido de la clínica a la una de la tarde y llegué a mi casa a las cuatro de la tarde. En la consulta matutina a las cartas indoamericanas me salió la Rana, el 38: símbolo de la limpieza. Después me dí cuenta del mensaje: la rana habla de una nueva vida y de armonía a través de su canto a la lluvia. Los tonos profundos de su canto son la llamada a los truenos, los rayos y la lluvia. La carta sugiere tomar un descanso para bañarse en la medicina de la rana. Pués aunque estuve metida en el carro, el tiempo largo bajo la lluvia me hizo bien y recargó mi alma.
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