Para Eugenio Barba, la acción artística debe desprenderse de una comunión propia, de disidencias que se resisten a las modas y a los fanatismos, de dudas e inquietudes constantes, de gestos íntimos que pueden multiplicarse y comulgar con los propios vacíos de "aquel que mira". Para Barba, el artista es un viajero capaz de desplazarse, capaz de visitar por un rato otras historias, otros nombres, otros lugares. Pero ¿cómo se revela precisamente esta noción del arte como viaje y de artista como viajero en la obra de Consuelo Méndez?
Es justamente el desarrollo de estos vínculos uno de los aspectos más importantes a la hora de considerar la obra de Consuelo Méndez y entenderla en su totalidad como viaje: conexión que se desplaza desde ella misma hacia los espacios tan distantes como cercanos de algún otro que está afuera. Más que una apuesta estética en particular, hemos visto que la obra de esta artista se fundamenta en el hablar del propio cuerpo, en vivirlo, en movilizarlo y comunicarlo. Tal vez la vivencia del exilio, del cambio y del desarraigo también la hayan convertido en un "viajero de la velocidad", atravesando lugares y tiempos para ir al encuentro de otros hombres y mujeres que también esperan de alguna forma "pertenecer", desde las profundidades del mito y sus símbolos, desde los elementos de la naturaleza y lo cotidiano hasta llega a la propia fisicalidad en diálogo constante, una fisicalidad en la que, como diría Eugenio Barba a partir de su propia experiencia del exilio, la casa y el país no son otra cosa más que el propio "cuerpo-en-vida".
Lorena González
Consuelo Méndez, No. 105, Colección Arte Venezolano
Ministerio de la Cultura, Caracas (2010)
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