Operación San Lorenzo en Sanarte
Desde las entrañas de la Madre Tierra a 700 metros de profundidad, en la mina San José bajo el desierto de Atacama en el norte de Chile, la Operación San Lorenzo rescató ayer a los 32 mineros Chilenos y uno Boliviano que estuvieron atrapados más de setenta días. Durante todo el día fuí testigo de esa maravillosa proeza que como por arte de magia y gracias a la ayuda tecnológica más avanzada, se materializó como un parto múltiple de la Tierra. Mi emoción se manifestaba en llanto con la salida de cada uno de los mineros a la superficie.
Estaba tocada con esa experiencia sorprendente y así de cargada me dirigí al curso de arte terapia en Sanarte cuya sesión de teatro le correspondía facilitar a Carlos Abbatemarco. El trabajo con Carlos resultó muy intenso al proponernos entrar directamente en nuestra propia mina profunda e imaginarnos y sentirnos atrapados. El grupo completo encerrado en el espacio del taller sin poder salir, sin comida, sin agua, por un tiempo indefinido y sin saber nada del mundo exterior. Creamos una situación difícil y sorpresiva en la que todos nos vimos inmersos, bajo el liderazgo de un personaje gritón y violento que era el de Carlos, en la cual reaccionamos de acuerdo a la naturaleza de cada quien. O al menos ese era el ejercicio personal y el juego grupal: dramatizar una situación desconocida e inesperada estando a la escucha de nosotros mismos y de los demás.Personalmente esas situaciones límites, ficticias, en las que él y otros comienzan gritando violentamente me descalabran mucho. Yo no estoy tan segura que mi reacción ante una situación similar sería ponerme a gritar como loca. Mi sensación de susto inicial ante la violencia humana, aunque sea provocada por el miedo, la descalificación, el juicio a priori expresado, me obliga a esconderme y a retirarme del grupo. Me puse nerviosa y solo quería silencio y paz para reflexionar lo que se debía hacer. Me provocó cantarle a Obatalá, el orisha de la cabeza y el cielo, y eso produjo reacciones de rechazo, burla y adversidad de parte de algunos. Yo necesitaba silencio para pensar y tranquilizarme. Pero era difícil ante la bullaranga en ese espacio y de pronto ví surgir la Consuelito tremenda que empezó a hacer travesuras. Tomando cada persona, organicé el ejercicio de la risa provocada al poner a cada quien boca arriba con su cabeza sobre la barriga de alguna otra. Eso causó confusión pero logré que nos calmáramos un poco al provocar la salida de la energía nerviosa a través de la risa. Algunos cuestionaron que para que era eso de estar en el piso juntos y, sin embargo, lo hicieron y bajó el susto al hacer contacto físico con otros cuerpos. Después, yo me sentí muy molesta ante la insistencia violenta de los gritos de Carlos y de las otras personas, y quería encontrar algo que hacerles para confrontarlos, sacarlos de quicio, movilizarlos para que se calmaran y se callaran. Se me ocurrió taparlo a él con cojines, enterrarlo bajo cojines, para callarlo y bajarle su energía intimidadora. Por supuesto nunca se calló y la voz retumbaba desde adentro de la montaña gruesa de cojines y telas. Sin embargo, no peleó con la situación. Se quedó un rato ahí mismo y noté que ya a esa altura de la vivencia algunos del grupo se sentaron como diciendo "boto tierrita y no juego más."La reflexión posterior fué muy interesante. Hablamos largo tiempo de la vivencia y nos hicimos preguntas. ¿Qué se movió en mí que tuve que tapar y callar lo que me violentaba? ¿Por qué la necesidad de esconder lo que gritaba y me descalificaba? ¿Si era un juego, por qué tomarlo tan en serio?
From the interior of Mother Earth at 700 meters deep in the San José mine in the Atacama desert in northern Chile, Operation San Lorenzo rescued yesterday the 32 Chilean and one Bolivian miners who had been trapped for more than seventy days. Throughout the day I witnessed this amazing feat which, as if by magic and thanks to the most advanced technological support, materialized a multiple birth of the Earth. My excitement manifested in tears with the exit of each of the miners to the surface.I was affected by this amazing experience and charged this way I went to the theater session of the art therapy course in Sanarte, which Carlos Abbatemarco would teach. Working with Carlos was very intense as he proposed that we go directly into our own deep quarry and imagine feeling trapped. The whole group was locked in the workshop space, with no food, no water, for an indefinite time and with no contact with the outside world. We created a difficult and uncertain situation in which we were all engaged, under the leadership of a loud and violent character personified by Carlos, and reacted according to one's own nature. Or at least that was the personal exercise and group game: dramatize an unknown and unexpected situation while listening to ourselves and others.
Personally these extreme fictitious situations, in which he and others begin screaming violently, trouble me a lot. I am not so sure my reaction to a similar situation would be to start screaming like crazy. My initial feeling of shock to human violence, even if caused by fear, the disqualification, the prejudiced opinions expressed, forces me to hide and withdraw from the group. I got nervous and just wanted peace and quiet to reflect on what should be done. I felt like singing to Obatala, the Orisha of the head and the sky, and was received with rejection, ridicule and adversity by some. I needed silence to think and calm down. But it was difficult to do with all the noise in that space and suddenly I saw the little brat Consuelo arise and be mischievous. Taking the group, one by one, I organized the exercise of laughter caused by putting each person on his back with his head on the belly of another. This caused confusion, but calmed down all of our nervous energy through the laughter. Some people questioned the reason for being placed on the floor together, however, they accepted it and the fear subsided when we made physical contact with each other. After that, I felt upset at the insistent violent cries of Carlos and other people, and wanted to find something that would confront them, get them riled up, mobilize them to make them calm down and be quiet. It occurred to me to cover him up with pillows, bury him under pillows to stifle him and lower his intimidatory energy. Of course he never stopped yelling, and the voice boomed from inside the thick mountain of cushions and fabric. Yet he did not fight it. He stayed that way a bit longer and I noticed at the same time that part of the group sat down as if to say "this is it and I don't want play anymore."
Afterward the shared conversation produced very interesting reflection. We talked long about the experience and asked ourselves questions about it. What moved me that made me cover and silence what felt violent to me? Why the need to hide what screamed and disqualified? If it was a game, why take it so seriously?
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