El lenguage perdido
Jorge Luis Borges advirtió en una
ocasión que “la mejor relación que se puede tener con una ciudad es la
nostalgia”. Quizá escribirla, aún estando en ella, sea una forma de
producir su ausencia, propiciando esa necesaria nostalgia. Ubicarla en
un plano abstracto, para poner orden en los sentimientos, complejos y
contradictorios, que despierta en nosotros.
Aunque Caracas propicia una peculiar y
secreta nostalgia, porque nuestra cultura del deterioro y del desarraigo
nos ha llevado a hacer de ella una eterna ciudad “pizarra mágica”,
construyendo algo nuevo siempre sobre las ruinas de lo que dejamos morir
de forma tan indolente.
Esa manía de vivir construyendo sobre la
ruina de sí misma nos ha impedido hacernos de un símbolo que
identifique nuestra ciudad: las torres del CSB, las torres de Parque
Central, la Ciudad Universitaria, el Teleférico, la Nao Santamaría…
símbolos todos que fuimos dejando atrás en cuanto tropezamos con otro
que nos entusiasmara más. Y esa ciudad carente de anclas para nuestros
recuerdos motiva esa incesante sensación de pérdida, de ausencia.
Pero, además, Caracas nació y creció
alimentando la peor de las nostalgias: la nostalgia por lo que no se ha
vivido. La de lo prometido que nunca fue. En este punto vale subrayar
que los gobernantes bajo cuyo mandato nuestra ciudad sufrió los cambios
más importantes en el proceso de construcción de su fisonomía, como
Guzmán Blanco y Pérez Jiménez, parecieron más interesados en hacer de
ella una vitrina de sus propios egos que de construir una urbe para la
gente y para el futuro.
Es como si Caracas hubiese tenido que
padecer y arrastrar con los complejos de sus gobernantes, que se
inventaron una ciudad a semejanza de unos delirios que tocaría padecer a
los ciudadanos.
Muy posiblemente ambas razones están
íntimamente relacionadas, y hayan producido una terrible enfermedad en
el caraqueño: la incapacidad de desarrollar un verdadero sentido de
pertenencia con respecto a su ciudad.
En Caracas lo público no es de nadie, o
es del que lo pueda aprovechar para sí, pero nunca de todos, es decir de
cada uno de los que la habitamos, lo que supondría un aprovechamiento y
un cuidado a partes iguales y por parte de todos. Caracas ha sido una
ciudad doblemente abandonada: por sus gobernantes y por sus pobladores.
Es posible que por eso Cabrujas,
advirtió alguna vez que “vivo en una ciudad nueva, siempre nueva,
siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva
arqueología”. Y quizá es por eso que escribimos sobre ella. Volcarnos a
la búsqueda de esa nueva arqueología es buen motivo para saldar nuestra
deuda, no sólo con la ciudad de nuestros afectos e incomprensiones, sino
incluso con ese caraqueño maravilloso que dedicó a ella algunas de sus
líneas más brillantes. Parte de esa asignatura pendiente, radica en
disponer de nuestros cinco sentidos para intentar entenderla, leer en
los signos invisibles, dar con el lenguaje perdido de esta ciudad de
eterno verde, de azules rabiosos, de caos y basura y ruido que requiere
un nuevo pacto de convivencia.
Recuperar los fonemas dormidos que nos
permitan hablar con nuestra ciudad puede ser la búsqueda inconsciente
que me lleva siempre a escribirla, buscando los signos que se
visibilizan cuando se observa con el corazón. Ejercer esa arqueología en
busca del lenguaje extraviado, es suficiente motivo para escribir sobre
ella una y otra vez.
19 de Junio, 2012
Comments